La tarde avanzaba tranquila en la Biblioteca Pública Manuel Clouthier cuando el pizarrón anunciaba la misión del día: “Crear en grupo pequeñas historias” y más abajo, una frase que prometía emoción: “Carta a:”. Con esas dos líneas comenzó una nueva sesión del Taller de Memorias, una actividad impulsada por el Instituto de Cultura que cada semana despierta sonrisas, recuerdos y un profundo sentido de cercanía entre sus participantes.
Guiadas por Johana García, las asistentes inician siempre con un ejercicio grupal donde juntas crean relatos breves. Cada mujer aporta una palabra, una frase o un renglón que, al combinarse con la aportación de las demás, da vida a pequeñas historias llenas de imaginación y humor.
“Cada una escribe lo que quiere y al final leemos lo que hicimos entre todas. Es una actividad que las integra muchísimo”, comenta Johana.
Después llega la parte más especial, la carta. Ese momento transforma el taller. Las risas bajan, la atención se concentra y cada mujer piensa en alguien significativo: un hijo, un esposo, un padre, una amiga… o incluso alguien que ya no está. Es un ejercicio que despierta emociones profundas, pero que al mismo tiempo ofrece un espacio seguro para expresarlas.
Un caso que conmueve: Paulina y el poder del acompañamiento
Entre las participantes destaca el caso de la señora Paulina, una mujer que llegó al taller con algunas dificultades de memoria. Al principio dudaba en participar, pero semana tras semana fue encontrando en el taller un impulso genuino.
Los juegos de palabras, las historias grupales y las cartas se convirtieron para ella en herramientas de confianza. Johana lo describe con cariño:
“Cada martes Paulina responde más rápido. Encuentra la solución. Todas lo notan y se alegran por ella.”
Este caso se ha vuelto un símbolo de lo que el taller representa: un espacio que no solo invita a recordar, sino también a sentirse acompañada en el proceso.
Un ambiente que arropa
La relación entre Johana y las asistentes es una de las sorpresas más bonitas del taller. Con el tiempo, las mujeres comenzaron a verla casi como parte de su familia.
“Creo que me ven como una nieta… me dicen maestra, pero todas me abrazan,” cuenta con emoción.
Una de ellas incluso le llevó un par de aretes como regalo, un detalle sencillo pero lleno de significado. Ese tipo de gestos reflejan el ambiente cálido y cercano que se vive entre libros, lápices y hojas blancas cada martes.
Un taller que se quedó más tiempo del previsto
Aunque el ciclo del taller ya había concluido, las asistentes pidieron que Johana permaneciera más tiempo. Querían seguir escribiendo, conviviendo y fortaleciéndose juntas. La respuesta fue positiva, y ahora el grupo seguirá con sus sesiones un tiempo más.
Cada historia escrita, cada carta, cada abrazo y cada avance forman parte de una experiencia que da sentido y vida a la comunidad




