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Carolina Ponce Chávez, la danza como Manifiesto de Libertad

Carolina Ponce Chávez es el ejemplo vivo de que elegir una carrera artística no solo es posible, sino profundamente transformador. Recién graduada de la Licenciatura en Danza Contemporánea de la Escuela Profesional de Danza de Mazatlán (EPDM), Generación XXIII, Carolina ha iniciado un camino creativo con identidad, potencia escénica y visión crítica.

Actualmente, Carolina Ponce desarrolla un proyecto interdisciplinario que cruza música, artes plásticas y danza, una apuesta arriesgada y valiente que busca generar una experiencia íntima y colectiva al mismo tiempo. A través del movimiento, el sonido, el disfraz, la improvisación y el humor crítico, la artista pretende suspender el juicio escénico y permitir que el cuerpo exista libremente. Su objetivo, como ella misma lo describe, es crear una utopía escénica.

Este proyecto no nace del azar, sino de una necesidad personal profunda, consolidar su voz como creadora escénica en un entorno que le permita conjugar lo autobiográfico, lo íntimo, lo político y lo colectivo.

La semilla de esta búsqueda se plantó en la pieza grupal “Ut0pik4’s”, desarrollada en el tercer año de su formación profesional, donde el performance le reveló su fuerza expresiva para abordar emociones complejas. Esa experiencia fue el punto de partida de su exploración multidisciplinaria.

Carolina no está sola en este trayecto. Colabora con la música de Yules Vil, egresada de la Escuela de Música del Instituto de Cultura de Mazatlán, y con el artista visual Juan Tun Naal, quienes comparten su inquietud por crear un lenguaje escénico expansivo, híbrido y honesto en un proyecto llamado “Utopía de la Vergüenza”.

A la par, Carolina Ponce se prepara para audicionar en diversos proyectos escénicos, entre ellos la Compañía de Danza Juvenil de la UNAM (DAJU), reconocida por su trabajo con coreógrafos y docentes de vanguardia. Su objetivo es continuar enriqueciendo su lenguaje corporal y madurando como intérprete, en busca de escenarios que le permitan seguir diciendo con el cuerpo lo que las palabras callan. Formar parte de una compañía de este nivel abrirá nuevas puertas hacia compañías nacionales e internacionales, un futuro que se vislumbra prometedor para una artista con una voz propia en construcción.

Creer en la juventud que cree en sí misma

Carolina Ponce Chávez nos recuerda que el arte no es una vía marginal, sino una forma legítima y necesaria de vivir y transformar el mundo. Su compromiso con la escena, su valentía para romper moldes y su capacidad de crear desde lo más profundo de su ser, son prueba de que cuando a la juventud se le confía su vocación, florece con fuerza y dignidad.

Estudiar arte no es huir de la realidad, es encararla con sensibilidad, crítica y esperanza. La historia de Carolina es un llamado a las instituciones, familias y comunidades a apostar por quienes se atreven a bailar en la vida con autenticidad.

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La Danza como memoria, identidad y creación, el camino de Isaura Torres Reyes

Isaura Torres Reyes, conocida también como Isaura Torrey, es una artista de la danza contemporánea cuya trayectoria se ha tejido entre la memoria, el duelo, la creación y la búsqueda incansable de sentido a través del movimiento.

Originaria de Aguascalientes, llegó a Mazatlán hace tres años como parte del programa de residencias de la Escuela Profesional de Danza de Mazatlán (EPDM), sin saber que este puerto la acogería no solo como estudiante, sino como una creadora que empezaba a dar forma a su voz escénica.

Graduada en 2020 por la Universidad de las Artes de Aguascalientes, Isaura fue beneficiaria de la beca PECDA en 2021 en la categoría de coreografía, jóvenes creadores. Esta oportunidad le permitió materializar su primer proyecto autoral, SAUDADE, una obra de danza contemporánea que aborda con sensibilidad el tema de la muerte por suicidio. En ella, Isaura convirtió el dolor de perder a un amigo en un gesto coreográfico que refleja el duelo desde la perspectiva de quienes se quedan. “Fue una de las mejores experiencias de mi vida”, afirma, al reconocer que ese proceso le confirmó que su destino artístico estaba en la creación y dirección coreográfica.

A través de sus palabras, comprendemos que la danza contemporánea para Isaura no es solo un arte del cuerpo en movimiento, sino una herramienta para transformar experiencias personales en lenguaje escénico, para compartir lo inefable y sanar colectivamente. Su trabajo nace desde un compromiso íntimo con el arte como acto de resistencia y sanación.

En su paso por Mazatlán, Isaura encontró mucho más que una escuela, descubrió un territorio fértil, un semillero de proyectos artísticos profundamente arraigados en una comunidad creativa. La EPDM, dice, fue el espacio que le permitió reconocer que detrás de los proyectos que admiraba, casi siempre había una raíz común, esta escuela. “Aquí aprendí sobre las redes que se tejen entre artistas, sobre la creación, la colaboración, la importancia de la postura política y social, y mucho sobre mí misma.”

Desde entonces, su proyecto artístico ha evolucionado y hoy lleva el nombre de De Ilirios, en referencia a esa renovación poética y resiliente de su obra. Este proyecto integra la pieza SAUDADE, dos videodanzas, seis trabajos coreográficos y un videoclip creado para la cantante Geo Blanc. Además, ya se encuentra en proceso de montaje su segunda obra, SINO, una pieza de danza teatro realizada en colaboración con el escritor Jorge Terrones y con un elenco conformado por egresados de la EPDM.

Isaura también ha iniciado una exploración híbrida entre la danza contemporánea y la danza folclórica mexicana, reflejada en el taller ITINERANTE, cartografías para la danza, un gesto de reconciliación entre los lenguajes tradicionales y los lenguajes de vanguardia.

En sus reflexiones queda claro que la EPDM no solo forma bailarines, forma artistas con identidad, pensamiento crítico y una profunda conexión con su entorno. Cada egresado que emerge de sus aulas lleva consigo una voz singular, capaz de dialogar con los tiempos que vivimos y de crear futuro desde su propio cuerpo. Isaura Torres Reyes es ejemplo vivo de ello, una artista que ha sabido transformar la ausencia en presencia escénica, el dolor en obra y la incertidumbre en camino.

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Karla Veytia, de la guitarra en la Iglesia al Teatro Instrumental Contemporáneo

Desde que tomó una guitarra por primera vez a los 10 años en el coro de una iglesia, Karla Veytia supo que la música iba a marcar su vida. Sin embargo, no imaginó que años más tarde estaría defendiendo una tesis sobre teatro instrumental, ni mucho menos que una pieza para maracas y cinta pregrabada definiría su sello artístico.

El trayecto que recorrió para llegar hasta ese punto es la historia de una convicción forjada entre escenarios locales, bares, estudios y aulas formales. Es también la historia del compromiso que exige ser músico en un país donde este camino aún requiere valentía.

“Me enamoré de la percusión en la Banda Sinfónica de la UAS. Pero cuando empecé a trabajar en eventos y bares, supe que quería saber más. Ahí nació mi necesidad de buscar una formación académica”, cuenta Karla.

El paso por el “underground” no fue casualidad ni improvisación, fue parte de ese ritual de legitimación que muchos músicos atraviesan antes de tomar la decisión crucial de ingresar a una institución formal. En su caso, el Centro Municipal de Artes de Mazatlán (CMA) del Instituto Municipal de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán.

Formación con enfoque en metas y proyectos

Karla Veytia ingresó en 2021 a la Licenciatura en Música con una idea clara: crecer. “La escuela me ayudó a trabajar con metas y proyectos. El ensamble de percusiones del CMA, por ejemplo, fue clave para mantenerme enfocada”, afirma.

Estudiar música formalmente no fue para Karla una comodidad, sino una urgencia. La necesidad de comprender teoría, historia, solfeo, y tener acceso a docentes y metodologías que nutren el espíritu creativo.

Como ella misma lo expresa: “Muchos compañeros inician en la iglesia, en grupos locales, o con maestros particulares. Pero llega un momento en que necesitas otra estructura. El conocimiento también es libertad”, expresa.

La vida académica le ofreció más que conocimientos, le dio disciplina, estructura y oportunidades de explorar otras dimensiones artísticas. Uno de los momentos que transformaron su perspectiva fue cuando descubrió el teatro instrumental durante la presentación del Dr. Iván Manzanilla, en el Museo de la Música del CMA.

“Me hizo verme como artista solista, algo que nunca me había planteado. Siempre había trabajado en colectivo, en bandas, en grupos. Pero ahí encontré un espacio para expresar todas mis facetas”, recuerda.

Esa revelación se convirtió en su tesis: “Percusión Performática”, una propuesta que fusiona música, danza, teatro y artes visuales, en la línea de movimientos como el Fluxus, donde la ejecución musical trasciende la técnica para convertirse en una experiencia escénica integral. Su concierto de titulación incluyó la compleja pieza Temazcal del compositor Javier Álvarez, que exige al intérprete sincronizarse con una pista pregrabada mientras ejecuta sonidos rituales con maracas. Una experiencia sensorial, conceptual y profundamente contemporánea.

Pero Karla Veytia no ha recorrido este camino sola. Desde sus inicios ha trabajado en colectivo. En Mazatlán, se integró junto a otras artistas a una agrupación femenina de música versátil que fue ganando notoriedad en la escena local.

Keletias y Flor Amargo

Posteriormente se aventuró a crear música junto a dos compañeras y se logró la formación de “Keletias”. Tocando en bares, eventos sociales y escenarios independientes, el grupo no tardó en llamar la atención. Fue entonces cuando sucedió algo inesperado: Flor Amargo, reconocida por su talento y su estilo libre, las descubrió a través de una sesión musical en un bar solitario.

Flor, conocida por su activismo a favor de la libre expresión artística y la música callejera, las invitó personalmente a presentarse en Ciudad de México, una oportunidad que para Karla y sus compañeras significó un punto de inflexión.

“Fue una experiencia increíble porque no solo nos escuchó, sino que nos validó como artistas independientes. Esa invitación nos dio una visibilidad que no imaginamos”, relata Karla Veytia.

El reconocimiento de Flor Amargo no solo fue un espaldarazo artístico, sino también un símbolo del impacto que puede tener el trabajo colectivo cuando está sustentado por el esfuerzo, la autenticidad y la formación. Porque, aunque muchas historias de músicos se fraguan en la informalidad, es en el cruce con la educación formal donde el talento encuentra un cauce duradero y profesional.

En estos momentos Karla Veytia, “Charlette”, espera la oportunidad de participar en el Foro Internacional de Música Nueva Manuel Enríquez en la CDMX.

El relato de Karla Veytia no solo pone en valor la educación musical, sino que también invita a reflexionar sobre la vida del músico contemporáneo: un ser en constante búsqueda, que cruza lo popular y lo académico, lo intuitivo y lo técnico, lo emocional y lo performático. Su historia apenas comienza, y ya es un testimonio de por qué el arte merece un espacio serio y digno en la educación superior.

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Niños de El Quelite culminan el Taller de Verano “Mis Vacaciones en la Biblioteca” 2025

La comunidad de El Quelite celebró hoy la clausura del Taller de Verano “Mis vacaciones en la biblioteca”, un programa que enriqueció a más de 30 niños y niñas de 6 a 12 años con una semana de exploración y aprendizaje. La iniciativa culminó con una alegre sesión dedicada a la diversidad, donde los jóvenes participantes mostraron su creatividad y lo aprendido.

El evento de cierre fue un despliegue de creatividad y cultura. Los participantes llegaron ataviados con vestimentas que representaban diversas personalidades, desde deportistas y artistas hasta habitantes de zonas rurales y urbanas. Destacaron los coloridos trajes típicos de Oaxaca, que aportaron a la celebración una muestra de la rica diversidad cultural de México. Para fomentar aún más la inclusión, los niños también tuvieron la oportunidad de aprender nociones básicas del lenguaje de señas mexicano, ampliando su conocimiento y su capacidad de conexión con los demás.

Factor Sorpresa: Emociones, Creatividad y Arte

El taller, denominado “Factor Sorpresa”: Emociones y Creatividad, se llevó a cabo del lunes 14 al viernes 18 de julio. Durante esos días, los pequeños exploradores se sumergieron en un sinfín de actividades interactivas, incluyendo la elaboración de manualidades, la experimentación con la pintura, el descubrimiento de la literatura y el disfrute de la música. La semana culminó con un número sorpresa presentado por cada participante, un cierre perfecto que complementó sus disfraces.

Raquel Tirado Chávez, la entusiasta encargada de la Biblioteca Municipal de El Quelite, guio a los niños en esta aventura educativa. Su pasión y dedicación fueron clave para crear un ambiente de armonía y comprensión, facilitando que cada asistente absorbiera el conocimiento con alegría.

Los días en la biblioteca y el cobertizo de El Quelite estuvieron repletos de juegos, cantos, pintura y actividades motrices, culminando con la presentación de diversos números artísticos elegidos individualmente por cada niño.

Este programa infantil gratuito, replicado en varias bibliotecas de Mazatlán, fue posible gracias al invaluable apoyo del Gobierno de Mazatlán, el Instituto Municipal de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán, el Centro Municipal de las Artes y las Bibliotecas Públicas Municipales. Estas instituciones trabajan para ofrecer espacios seguros y armoniosos, verdaderos “mares de conocimiento” listos para ser explorados por las futuras generaciones.

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“Museo Casa del Marino” a la orilla del tiempo y del mar

Hay lugares que te cuentan una historia… y hay otros que la transforman. A un costado de Playa Pinitos, donde el mar toca la tierra con fuerza ancestral, se encuentra un recinto que ha empezado a tejer una relación íntima entre los objetos del océano y la memoria de quienes lo visitan. El Museo Casa del Marino, inaugurado el 14 de octubre de 2024, no ha parado de recibir visitantes —más de 26,000 hasta ahora— y muchos de ellos salen con los ojos abiertos, pero el corazón revuelto.

Aquí no hay guías rígidos ni rutas obligatorias. El recorrido es libre, como las olas, como la imaginación. En la planta baja, una joya histórica recibe a los curiosos: un catalejo funcional de 1915, a través del cual es posible ver yates, barcos e incluso islas en el horizonte. Junto a él, un timón acompañado de su compás magnético parece invitar al visitante a tomar el control simbólico de su propia navegación.

Pero hay una pieza que detiene el aliento: una réplica a escala del Titanic, construida con un nivel de detalle que asombra tanto como la historia que representa. No es una simple maqueta, es un recordatorio de lo frágil que puede ser la seguridad humana frente al poder del mar. Algunos visitantes se quedan mirándola en silencio, como si en su reflejo recordaran algo propio, una pérdida, un viaje interrumpido, un sueño naufragado.

Este museo exhibe objetos, despierta recuerdos, emociones y preguntas existenciales. En sus salas se habla del mar, pero también de nosotros: de nuestra necesidad de orientarnos, de nuestra obsesión por explorar, de nuestra responsabilidad con la naturaleza. Una pantalla gigante convertida en pecera virtual deja ver peces dibujados por niños que cobran vida gracias a un lector QR. Es un espectáculo de color y tecnología que termina atrapando también a adultos de 30, 40 y hasta 70 años. No es un truco visual, es un reflejo de cómo todos queremos sentirnos parte de algo vivo.

En la sala ecológica, caracolas auditivas con sensores de movimiento cuentan anécdotas a quien se acerca. En el mural de ¡Grumetes en acción!, los visitantes descubren cuánto tarda en degradarse un contaminante en el océano. Frente a esa pared, muchos dejan un mensaje en un pintarrón en forma de botella, como si enviaran una carta simbólica al mar. Uno de ellos dice:

“El mar significa tanto para la humanidad, ¡cuidémoslo!”
Otro, más breve pero igual de potente, reza:
“Ya no volveré a tirar basura al mar.”

Roberto Flores, coordinador del Museo Casa del Marino expresa que a veces deben borrar esos mensajes para que otros tengan oportunidad de escribir. Pero al hacerlo, se queda con una sensación de nostalgia, como quien borra un rastro en la arena sabiendo que el oleaje no lo traerá de vuelta.

En el primer piso, una ludoteca marina, banderas náuticas, constelaciones en el techo y una gran brújula en el suelo crean un espacio envolvente. Allí se comprende que navegar no era solo cuestión de mapas, sino también de fe en las estrellas. Y de pronto, todo se conecta: el timón, la brújula, el Titanic, los peces que nadan virtualmente… cada elemento cobra sentido. Aquí se aprende no solo para saber más, sino para comprender mejor la vida propia y el mundo natural.

Y cuando el recorrido parece terminar, se abre una terraza. Frente al mar. A la izquierda, un cañón antiguo apuntando al horizonte. Un símbolo de defensa, de soberanía, de un pasado que aún retumba en la conciencia de quienes saben que la libertad se ha defendido desde estos puntos. Hoy, ese cañón ya no dispara, pero provoca respeto, preguntas, emociones. Al pie del cañón, entre familias, niños y viajeros, hay quienes se quedan en silencio mirando el agua y sienten que algo se mueve dentro de ellos.

El Museo Casa del Marino no es solo un sitio de exhibición: es una experiencia que transforma. Es un sitio para dejarse llevar, para reencontrarse con el mar… y con lo que somos frente a él, cada objeto cobra vida, las campanas y los mapas celestiales se convierten en esperanza.